Nio, los guardianes del Dharma y del Buda. Bodhisattvas en el Budismo Zen 5

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kyonin
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Nio, los guardianes del Dharma y del Buda. Bodhisattvas en el Budismo Zen 5

Mensaje por kyonin »

Imagen

Cuando visitamos o miramos fotos de templos budistas de China, Japón o Corea, es muy común encontrar estatuas a dos demonios o guerreros armados y feroces. Muchas personas que no tocan un libro ni en defensa propia, creen que estas dos figuras son demonios, pero no hay nada más lejos de la verdad. Estos dos personajes son los Nio, los guardianes del Dharma y del recinto del Buda.

Ellos no son Bodhisattvas, sino dioses. Los he incluido en esta serie porque son personajes comunes y necesitan ser presentados a los occidentales. Hay prácticas hermosas y poderosas alrededor de ellos, por lo que creo que puede ser útil en nuestro estudio del Zen y en nuestro camino del Dharma cotidiano.

Es importante decir que los dioses en el budismo no son el mismo concepto del dios de las religiones abrahámicas. Para el budismo, los dioses son ideales de aspectos de la práctica budista y son venerados como recordatorios de nuestras intenciones. De ninguna forma son creadores del universo, no se les pone de cabeza y tampoco hay una fe ciega hacia ellos.

En la vasta iconografía budista, pocas figuras son tan imponentes y cargadas de simbolismo como los Nio, los guardianes del Dharma y del templo. Su presencia a las puertas de numerosos recintos a lo largo de Japón, China y Corea no es solo un testimonio de la riqueza artística y espiritual del budismo, sino también de una profunda cosmovisión que entrelaza lo sagrado con lo cotidiano.

El significado de su nombre
Los Nio, conocidos en sánscrito como Acala (los Inmovibles), son figuras que personifican la fuerza y la protección. Aparecieron por primera vez en el Ambattha Sutra, y eran los guerreros que acompañaron a Shakyamuni en su peregrinaje a visitar al noble Pokkharasadi, quien se sentía amenazado por el Iluminado.

El nombre Acala alude a su inquebrantable determinación en la protección del Dharma, las enseñanzas budistas, y su capacidad para resistir cualquier amenaza. Nio, los guardianes del Dharma, simbolizan la energía masculina y protectora que guarda las entradas de los recintos sagrados, asegurándose de que solo aquellos con intenciones puras puedan acceder.

Historia y simbolismo
Designadas oficialmente como shukongoshin, estas entidades guardianas desempeñan un papel crucial en la salvaguarda del budismo, siendo también referidas coloquialmente como kongo rikishi.

Originalmente, esta entidad era un único dios protector de Shakyamuni. Con el tiempo, se dividieron en dos seres distintos, para representar mejor las fuerzas en equilibrio. Ellos están a cada lado de las entradas de los templos, simbolizando su papel de custodios de los recintos sagrados donde reside la Triple Gema. Se erigen imponentes, con una mirada severa y feroz, asumiendo el papel de guardianes intrépidos.

Portan en una de sus manos el vajra, un arma ancestral emblemática de la lucha contra las fuerzas malignas, y según las narrativas legendarias, tienen el poder de dominar los truenos.

Nio, los guardianes del Dharma, van vestidos únicamente con una mo, una especie de falda larga que ceñida a sus cinturas, exhiben su anatomía atlética, destacando abdominales marcados y venas pronunciadas, evidenciando su inmenso esfuerzo físico.

Imagen

El guardián de la boca abierta recibe el nombre de Agyo, mientras que su contraparte de boca cerrada es Ungyo. La vocalización de «a» simboliza el alfa en el alfabeto sánscrito, y «un», el omega. Este dúo representa metafóricamente el inicio y el cierre de todo lo existente, atribuyéndoles una omnisciencia divina.

Juntos son una expresión del enso, el círculo que representa al Zen

Comúnmente, Agyo se coloca a la derecha y Ungyo a la izquierda.

El culto a Nio en los templos budistas de Japón
En Japón, los Nio se sitúan típicamente en las entradas de los templos budistas, para ahuyentar el mal y limpiar a los visitantes de sus impurezas antes de entrar en el espacio sagrado. Estas estatuas a menudo se encuentran en puertas talladas en madera o piedra, evocando una sensación de respeto y reverencia.

La veneración hacia los Nio se manifiesta no solo en su presencia física en los templos sino también en rituales y festividades que celebran su papel protector. Durante estos eventos, se les ofrece incienso, agua y flores, reconociendo su importancia en la salvaguarda de los preceptos budistas y el bienestar de la comunidad.

Incorporando a los Nio en la práctica cotidiana
D?gen Zenji nos recuerda en Bendowa y Genjokoan, que el Zen no requiere más que Zazen para expresar nuestra práctica. Sin embargo, de vez en cuando las personas necesitamos un recordatorio de que dentro de nosotros hay fuerza y que debemos proteger a los demás.

Por eso es por lo que incorporar la figura de los Nio en la vida cotidiana es muy minimalista. No requiere actos de veneración explícitos ni rituales complejos. Podemos ver a los Nio como símbolos de la fortaleza interior necesaria para enfrentar las adversidades de la vida, manteniendo un compromiso inquebrantable con nuestros valores más profundos.

La práctica puede ser tan simple como dedicar unos momentos al día para reflexionar sobre las cualidades que los Nio representan: valentía, protección y la importancia de mantener un espacio sagrado en nuestras mentes y corazones, libre de malas intenciones o energías negativas. Esta reflexión puede inspirarnos a vivir con mayor integridad en el Dharma y a enfrentar nuestros desafíos con una renovada fuerza interior.

También puedes buscar imágenes de ellos e imprimirlas, para ponerlos a los lados en tu altar.

Conclusión
Los Nio, los guardianes del Dharma, más que simples figuras ornamentales en la arquitectura budista, encarnan principios espirituales profundos y universales. Nos recuerdan la importancia de la protección y la fuerza en nuestra práctica espiritual y en la vida cotidiana. A través de su veneración y la incorporación de sus enseñanzas en nuestra vida, podemos aspirar a ser tan inquebrantables en nuestro camino como ellos lo son en la protección de la Triple Gema.
Gassho, 

Kyōnin
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Oscar
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Re: Nio, los guardianes del Dharma y del Buda. Bodhisattvas en el Budismo Zen 5

Mensaje por Oscar »

Gracias :pray:

Una consulta: Los leones en las entradas de los templos cumplen la misma función o es otro aspecto de los Nio, o son cosas distintas?
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Oscar Fontana

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kyonin
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Re: Nio, los guardianes del Dharma y del Buda. Bodhisattvas en el Budismo Zen 5

Mensaje por kyonin »

Oscar escribió: Jue Mar 07, 2024 6:28 pm Gracias :pray:

Una consulta: Los leones en las entradas de los templos cumplen la misma función o es otro aspecto de los Nio, o son cosas distintas?
Ah, los leones son otra historia. El rugido del león es la llamada del Buddhadharma y aparece en varios sutras.

También tiene que ver con la antigua China y luego con el shintoismo. Pero en los templos no son leones normales. Son leones-perro (komainu) y ahuyentan los espíritus malignos. Es muy interesante, pero eso lo veremos en otro post 😄
Gassho, 

Kyōnin
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Julio
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Re: Nio, los guardianes del Dharma y del Buda. Bodhisattvas en el Budismo Zen 5

Mensaje por Julio »

Muy interesante, muchas gracias, la verdad la primera vez que los ví pensaba que tenían algo que ver con los narakas(un tema que sería interesante abordarlo en algún momento). Muchas gracias por su sabiduría maestro 🙏

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Rocio Luelmo
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Re: Nio, los guardianes del Dharma y del Buda. Bodhisattvas en el Budismo Zen 5

Mensaje por Rocio Luelmo »

kyonin escribió: Mar Mar 05, 2024 5:45 pm
Cuando visitamos o miramos fotos de templos budistas de China, Japón o Corea, es muy común encontrar estatuas a dos demonios o guerreros armados y feroces. Muchas personas que no tocan un libro ni en defensa propia, creen que estas dos figuras son demonios, pero no hay nada más lejos de la verdad. Estos dos personajes son los Nio, los guardianes del Dharma y del recinto del Buda.
Gracias por el tema, maestro 🙏 Me acordé cuando hablamos de los nagas y de cómo los occidentales podemos confundir los rasgos de fuerza y protección con ira o maldad.

Quería compartir un cuento de Natsume Soseki relacionado con los Nio. Me enamoré de su escritura hace poco y resúltase que fue criado en un hogar budista.

Sexta noche

Alguien me dijo que en el portal principal del templo Gokoku, el gran maestro Unkei se encontraba tallando las estatuas de los Niō, es decir, los dos gigantes guardianes del templo. Decidí darme una vuelta por aquel barrio. Mucha gente ya había llegado antes, y al parecer cada quien tenía algo que comentar sobre el trabajo del maestro.
Frente al portal, a unos diez metros de distancia, había un pino rojo japonés bastante grande cuyo tronco inclinado tapaba parte del tejado del portal, y se perdía más allá en el cielo azul. El verdor del pino y el bermejo de las columnas del portal formaban un perfecto contraste. Además, la ubicación del pino era ideal; sin obstruir la vista cortaba en diagonal el ángulo izquierdo de la entrada y lo sobrepasaba por arriba extendiendo cada vez más su follaje. Aquello tenía un estilo antiguo, diríamos de la Era Kamakura.
Sin embargo, los que estaban allí contemplando el trabajo de Unkei eran, igual que yo, gente de la Era Meiji. Entre ellos se notaba que había muchos conductores de rikisha. Seguramente habían acudido al lugar aburridos de esperar clientela en alguna esquina cercana al templo.
—Caramba, los Niō parecen gigantes, ¿verdad?
—Es mucho más trabajoso que procrear un ser humano, ¿eh? —se decían entre ellos, y más allá otro comentaba:
—Son los guardianes Niō. No me imaginaba que se siguieran tallando en estos tiempos. ¡Qué sorpresa! Pensaba que los guardianes ya eran cosa del pasado.
—Pero fíjate qué fuertes músculos tienen. Los Niō son bravísimos. No hay quien les gane una pelea, son poderosos. Ni el príncipe Yamato Takeru se les iguala, ¿verdad?
Era una pregunta dirigida a mi persona. El hombre se había levantado la parte trasera del quimono para caminar con facilidad y no llevaba sombrero. Parecía un hombre vulgar, de escasa cultura.
Unkei continuaba su trabajo sin prestar atención a los comentarios de los espectadores. Ni siquiera se volvió a echarles una mirada. Encaramado en su andamiaje tallaba, absorto, el rostro de uno de los guardianes.
Llevaba sobre la cabeza una especie de gorro y las amplias mangas de su vestimenta estaban atadas a la espalda. Tenía un aspecto que pertenecía a otros tiempos. No compaginaba con la manera de vestir del ruidoso público. Yo me preguntaba cómo podía ser que Unkei estuviera todavía vivo. Me decía que era algo muy extraño, y no lograba moverme del lugar.
Unkei seguía tallando como si nada raro ocurriera en esos momentos. Un joven que lo estaba mirando desde abajo, al ver su actitud exclamó:
—Unkei es un genio; no le importamos nada. Para él solo existen dos cosas en este mundo: sus guardianes y él. Verdaderamente es un gran maestro.
Lo que dijo atrajo mi atención; me volví para mirarlo. El joven acercó su cara y me susurró al oído:
—Mire aquello; ¡con qué destreza maneja el cincel y el martillo! De qué manera despreocupada hace una maravilla.
Unkei ahora esculpía una de las gruesas cejas del guardián. Con una cincelada lateral, le dio a la ceja una pulgada de envergadura; luego cambió de ángulo al mismo tiempo que dejaba caer el martillo en diagonal. La dura madera cedía dócilmente al ímpetu de su cincel. Y, cuando una gruesa viruta saltó con el sonido del martillo, de la madera surgió inesperadamente el costado de una nariz iracunda. Unkei manejaba el cincel con audacia; en sus movimientos no había ni la más mínima vacilación.
—Hace su trabajo con soltura, con extrema facilidad. Las cejas y la nariz salen tal como las quiere. —Tanto era mi asombro que sin darme cuenta hablaba para mí mismo en voz alta.
—No es que Unkei esté esculpiendo cejas y narices —me dijo el joven—. Aquellas cejas y narices estaban enterradas dentro de la madera. Lo que hace el maestro es desenterrarlas con su cincel y su martillo. Es como si desenterrara una piedra. No hay manera de equivocarse.
Por primera vez en mi vida me di cuenta de lo que era una escultura. Pensé que si la cosa era así, cualquiera podría tallar algo. Quise hacer mi propio guardián. Decidí volver a casa inmediatamente.
Luego de sacar un cincel y un martillo de la caja de herramientas me dirigí al patio trasero. Hacía poco tiempo que una tormenta había derribado el roble del jardín, y ya lo habían serrado en varias piezas para hacer leña con ellas. Tenía, pues, allí justamente lo que necesitaba.
Elegí la pieza más grande y empecé a tallarla con mucho entusiasmo. Pero desafortunadamente no había ningún Niō allí. En la segunda pieza tampoco tuve la suerte de encontrar un guardián. En la tercera ni rastro había de ellos. Probé con todas y cada una de las piezas que encontré apiladas en el patio, y el resultado fue siempre el mismo. Así que, al final, llegué a vislumbrar que en los troncos de la Era Meiji no hay ningún Niō enterrado. También creo haber podido entender la razón por la que Unkei se mantiene vivo aún hoy en día.
Disciplina, atención y pasar la mantequilla de maní 🦧​

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kyonin
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Re: Nio, los guardianes del Dharma y del Buda. Bodhisattvas en el Budismo Zen 5

Mensaje por kyonin »

Hola Rocío,

Gracias por compartir este texto. ¡Claro que los Nio no están en la madera! Están en el amanecer, cuando el sol les presta fuego para protegernos 🙏

Muy hermoso texto. Gracias, gracias.

Rocio Luelmo escribió: Mar Mar 12, 2024 7:23 pm
kyonin escribió: Mar Mar 05, 2024 5:45 pm
Cuando visitamos o miramos fotos de templos budistas de China, Japón o Corea, es muy común encontrar estatuas a dos demonios o guerreros armados y feroces. Muchas personas que no tocan un libro ni en defensa propia, creen que estas dos figuras son demonios, pero no hay nada más lejos de la verdad. Estos dos personajes son los Nio, los guardianes del Dharma y del recinto del Buda.
Gracias por el tema, maestro 🙏 Me acordé cuando hablamos de los nagas y de cómo los occidentales podemos confundir los rasgos de fuerza y protección con ira o maldad.

Quería compartir un cuento de Natsume Soseki relacionado con los Nio. Me enamoré de su escritura hace poco y resúltase que fue criado en un hogar budista.

Sexta noche

Alguien me dijo que en el portal principal del templo Gokoku, el gran maestro Unkei se encontraba tallando las estatuas de los Niō, es decir, los dos gigantes guardianes del templo. Decidí darme una vuelta por aquel barrio. Mucha gente ya había llegado antes, y al parecer cada quien tenía algo que comentar sobre el trabajo del maestro.
Frente al portal, a unos diez metros de distancia, había un pino rojo japonés bastante grande cuyo tronco inclinado tapaba parte del tejado del portal, y se perdía más allá en el cielo azul. El verdor del pino y el bermejo de las columnas del portal formaban un perfecto contraste. Además, la ubicación del pino era ideal; sin obstruir la vista cortaba en diagonal el ángulo izquierdo de la entrada y lo sobrepasaba por arriba extendiendo cada vez más su follaje. Aquello tenía un estilo antiguo, diríamos de la Era Kamakura.
Sin embargo, los que estaban allí contemplando el trabajo de Unkei eran, igual que yo, gente de la Era Meiji. Entre ellos se notaba que había muchos conductores de rikisha. Seguramente habían acudido al lugar aburridos de esperar clientela en alguna esquina cercana al templo.
—Caramba, los Niō parecen gigantes, ¿verdad?
—Es mucho más trabajoso que procrear un ser humano, ¿eh? —se decían entre ellos, y más allá otro comentaba:
—Son los guardianes Niō. No me imaginaba que se siguieran tallando en estos tiempos. ¡Qué sorpresa! Pensaba que los guardianes ya eran cosa del pasado.
—Pero fíjate qué fuertes músculos tienen. Los Niō son bravísimos. No hay quien les gane una pelea, son poderosos. Ni el príncipe Yamato Takeru se les iguala, ¿verdad?
Era una pregunta dirigida a mi persona. El hombre se había levantado la parte trasera del quimono para caminar con facilidad y no llevaba sombrero. Parecía un hombre vulgar, de escasa cultura.
Unkei continuaba su trabajo sin prestar atención a los comentarios de los espectadores. Ni siquiera se volvió a echarles una mirada. Encaramado en su andamiaje tallaba, absorto, el rostro de uno de los guardianes.
Llevaba sobre la cabeza una especie de gorro y las amplias mangas de su vestimenta estaban atadas a la espalda. Tenía un aspecto que pertenecía a otros tiempos. No compaginaba con la manera de vestir del ruidoso público. Yo me preguntaba cómo podía ser que Unkei estuviera todavía vivo. Me decía que era algo muy extraño, y no lograba moverme del lugar.
Unkei seguía tallando como si nada raro ocurriera en esos momentos. Un joven que lo estaba mirando desde abajo, al ver su actitud exclamó:
—Unkei es un genio; no le importamos nada. Para él solo existen dos cosas en este mundo: sus guardianes y él. Verdaderamente es un gran maestro.
Lo que dijo atrajo mi atención; me volví para mirarlo. El joven acercó su cara y me susurró al oído:
—Mire aquello; ¡con qué destreza maneja el cincel y el martillo! De qué manera despreocupada hace una maravilla.
Unkei ahora esculpía una de las gruesas cejas del guardián. Con una cincelada lateral, le dio a la ceja una pulgada de envergadura; luego cambió de ángulo al mismo tiempo que dejaba caer el martillo en diagonal. La dura madera cedía dócilmente al ímpetu de su cincel. Y, cuando una gruesa viruta saltó con el sonido del martillo, de la madera surgió inesperadamente el costado de una nariz iracunda. Unkei manejaba el cincel con audacia; en sus movimientos no había ni la más mínima vacilación.
—Hace su trabajo con soltura, con extrema facilidad. Las cejas y la nariz salen tal como las quiere. —Tanto era mi asombro que sin darme cuenta hablaba para mí mismo en voz alta.
—No es que Unkei esté esculpiendo cejas y narices —me dijo el joven—. Aquellas cejas y narices estaban enterradas dentro de la madera. Lo que hace el maestro es desenterrarlas con su cincel y su martillo. Es como si desenterrara una piedra. No hay manera de equivocarse.
Por primera vez en mi vida me di cuenta de lo que era una escultura. Pensé que si la cosa era así, cualquiera podría tallar algo. Quise hacer mi propio guardián. Decidí volver a casa inmediatamente.
Luego de sacar un cincel y un martillo de la caja de herramientas me dirigí al patio trasero. Hacía poco tiempo que una tormenta había derribado el roble del jardín, y ya lo habían serrado en varias piezas para hacer leña con ellas. Tenía, pues, allí justamente lo que necesitaba.
Elegí la pieza más grande y empecé a tallarla con mucho entusiasmo. Pero desafortunadamente no había ningún Niō allí. En la segunda pieza tampoco tuve la suerte de encontrar un guardián. En la tercera ni rastro había de ellos. Probé con todas y cada una de las piezas que encontré apiladas en el patio, y el resultado fue siempre el mismo. Así que, al final, llegué a vislumbrar que en los troncos de la Era Meiji no hay ningún Niō enterrado. También creo haber podido entender la razón por la que Unkei se mantiene vivo aún hoy en día.
Gassho, 

Kyōnin
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Sandra Pureco Arzate
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Re: Nio, los guardianes del Dharma y del Buda. Bodhisattvas en el Budismo Zen 5

Mensaje por Sandra Pureco Arzate »

Wooooo!! Que interesante, no conocía nada sobre los Nio, si había visto sus figuras y como dice Oscar también he visto los leones. Ahora conozco algo más sobre esta cultura y los guardianes.

Saludos
Gassho

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Maggy82
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Registrado: Sab Sep 26, 2020 4:45 am

Re: Nio, los guardianes del Dharma y del Buda. Bodhisattvas en el Budismo Zen 5

Mensaje por Maggy82 »

Bello texto y las aportaciones.

Gracias por compartir 😊
Namo Amitoufo 🙏🏻



Maggy Magaña.

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